jueves, 20 de noviembre de 2008

La muerte (P.St.)

Era pequeña, solo de tamaño claro está, pero lo suficiente como para mí. Además de pequeña, también era vieja, aunque no se le notara la edad, eso sí, infinitamente sabia y hermosa, de eso no había duda alguna.
Tocó a mi puerta en una noche fría de otoño que venía adornada con una luna llena que yo jamás había visto, recuerdo haber pensado hasta ese momento, después de no se cuántos años, y por el sentimiento que me había producido verla, que yo era lunático.
Verla parada en mi puerta fue algo extraño, ya que no estaba totalmente preparado para hacerlo, además de que era una noche bastante fría y ella venía vestida como para una boda en verano. Ella era blanca, con el cabello negro como la obsidiana y ondulado, casi a media espalda. Traía puesto un vestido negro y ligero que le llegaba un poquito debajo de las rodillas y con un escote discreto en el pecho pero con la espalda casi totalmente descubierta, como dije antes, era infinitamente hermosa.
Le pedí que pasara a la sala y que se sentara frente a la chimenea para que se le quitara un poco el frío, también le ofrecí una manta, la cual rechazó, diciendo que, comparado a donde ella venía, aquí estaba muy agradable el clima.
Después le ofrecí un whisky, el cual aceptó, sólo con la condición de que también le regalara un cigarro, y pues como hacía demasiado frío, yo estaba bien preparado, acababa de comprar cigarros para toda la semana.
Y así fue como empezamos a platicar de diversas cosas como el trabajo, el amor, la soledad, en fin, platicamos de todo. Me costaba trabajo verla a los ojos, no sé porqué pero me ponía nervioso y creo que no lo pude disimular mucho, ya que llegó un momento en el que me pregunto si le tenía miedo, a lo cual solamente pude responder que no con la cabeza. Después tomo mi mano y con una sonrisa que me dijo que era un poco extraño que no sintiera miedo como la mayoría de la gente lo hacía y le respondí que no podía tenerle miedo porque sabía perfectamente que algún día ella tendría que aparecer y que de cierta manera estaba preparado para verla llegar, lo que sentía era solamente un poco de asombro porque en realidad no la esperaba tan pronto. Me dijo que ella no pretendía hacerme daño alguno que iba a ser gentil conmigo y después desvió la plática hablándome de cosas que parecían de otro mundo.
Y así pasaron lentamente las horas, entre whisky y cigarros, hasta que a lo lejos empezó a clarear. Me dijo que se le estaba haciendo tarde, pero que antes de irse me iba a acompañar a que me acostara, después se levanto del sillón y me tendió la mano, no puedo describir lo que sentí porque fue desconocido para mí, pero a final de cuentas fue una sensación agradable.
Llegamos a mi cuarto y mientras yo me cambiaba ella preparó mi cama. Después me dijo que me acostara, y lo hice, luego me cobijo y acarició mi cara, me dijo “me tengo que ir pero te prometo que la próxima vez que abras los ojos yo estaré ahí”. Después besó mi frente y volvió a acariciar mi cara, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, y antes de llegar a ella se desvaneció.
Vi el primer rayo de sol y respiré profundo, fue mejor de lo que esperaba, y que mejor que hacerlo solo en tu cama y sin hacer sufrir a nadie, pensé… después… solo cerré los ojos… esperando volverla a ver…

Creía verla caminando por la calle y luego me avergonzaba por haberla confundido con cualquier chica mundana que caminaba distraída. A veces podía sentir su tacto, su maravilloso tacto que hacía que mi espina dorsal se estremeciera.

Todo era una confusión, no sabía si eran tantas mis ganas de volverla a ver o si ella en verdad se aparecía de pronto para sacudirme. Pasaba días y noches buscándola, esperándola, saboreando cada trago de whisky, cada cigarro como en aquella velada que habíamos compartido. El tiempo se hacía borroso y era como si saltara de un lugar a otro sin recordar los recorridos. De pronto era verano, luego invierno, la casa de mis padres era después una casa de playa en la que jugaban unos niños, yo era un viejo, un hombre común, un artista... hasta que abrí los ojos... ahí estaba ella... y nadie más...

P.St. & Jacka

La Muerte (Jacka)

Se dejó ir, se fue apagando.
Algunos observaban el declive sin emitir sonido alguno, confundidos ante la visión terrorífica de su espíritu maltrecho.
Su amante recordaba las noches de pasión que compartían, recordaba sus manos firmes, sus besos ardientes. Luego se le erizaba la piel al sentir los nuevos dedos tibios y débiles que en vez de arrebatarla del mundo en un abrazo erótico, ahora la tentaban como si estuviesen escogiendo la fruta más madura.
El pobre diablo ya no leía, ya no fumaba y comía poco y mal. Daba eternos discursos sobre el tedio y sólo escribía reclamos por lo predecible de la vida.
Las risas sólo le eran arrancadas a través de la burla que se había convertido en su nuevo hobby. Los amigos no se habían cansado de él, simplemente lo habían olvidado, como si su presencia se hubiera ido desvaneciendo poco a poco y sólo quedara el recuerdo de aquella persona que él ya no era.
Desde el Otro Mundo su madre lo miraba iracunda, indignada ante tal desperdicio, se aguantaba las ganas de darle una visita nocturna para agitar la poca adrenalina que aún parecía quedarle.
La desesperada mujer hablaba durante las madrugadas con La Dama de Negro tratando de entender qué vida le quedaba al desdichado hijo que ella misma había traído al mundo.
Y así, conforme pasaba el tiempo, el se volvía cada vez mas imperceptible. Su amante terminó por olvidar también aquellas noches de pasión interminable, al grado de también olvidar el nombre de la persona que dormía a su lado, como si nunca lo hubiera conocido, como si nunca lo hubiera besado, como si nunca lo hubiera amado.
El, por su parte, hizo lo propio consigo mismo, hasta que llego un día en el que no se reconoció en el espejo, y fue ese mismo día, el día que dejo de hablar, y que dejo de escribir, fue ese día, el día que decidió que también se le olvidaría respirar.
Su madre y la Dama de Negro lo observaron subir lentamente hasta su habitación, lo vieron cambiarse con la tranquilidad de quien sabe su destino, listas para tomarlo entre sus brazos se acercaron poco a poco, hasta quedar paradas cada una a un lado de la cama.
Hizo una pequeña pausa mientras se cambiaba, como si hubiera sentido que ellas estaban ahí, le hecho una mirada a su cuarto como tratando de encontrarlas, pero todo lo que pudo percibir, como todo lo demás, lo olvidó.
Terminó de cambiarse y se dirigió a su cama, se acostó, y por mas que quiso no pudo sentir nada, ya todo lo había olvidado.
Cerró los ojos, se dejo ir, y poco a poco, en cuestión de minutos, se fue apagando lentamente hasta que, justo en el segundo en que la Dama de Negro tomo su mano, todo, por fin, terminó.
Jacka y P.St.