viernes, 30 de marzo de 2012

El silencio no es un lugar vacío, ni mucho menos inexpresivo

¿Cómo fue que comenzó todo esto? Trató de recordar el momento exacto, el momento preciso. Cerró los ojos para volver los recuerdos más nítidos, respiró hondo y esperó... Una serie de imágenes invadieron su mente sucediéndose unas a otras con gran rapidez. Un escalofrío recorría su cuerpo, estremeciéndolo todo a su paso mientras una sonrisa se esbozaba en su rostro...

 Lo recordó todo, la primer mirada, la primer palabra, la primer sonrisa, el primer todo, como si estuviera sucediendo todavía, como si hubiera quedado atrapado en aquellos instantes... Incluso recordaba los aromas, las texturas, las sensaciones. ¿Cómo era posible que todo eso hubiese estado ahí guardado, en los recovecos de su memoria, por tanto tiempo?

 Habían pasado años sin que su mente se paseara por esos recuerdos y aún así, ahí estaban, intactos, inermes e insensibles al inclemente paso del tiempo y él seguía ahí, esperando, como si la espera fuera un arte exquisito, como si no esperara de hace ya mucho tiempo.

Era una tarde de otoño, el sol apenas iniciaba su retirada. Llegó a ese café buscando refugio del caos de la ciudad, se sentó en la primera mesa que vio desocupada y encendió un cigarro. Su mirada se perdió en las formas que iba tomando el humo al disiparse. Cada forma le recordaba a ella en uno u otro sentido, podía sentirla como si hubiera de vivir la eternidad junto a ella, lejos del olvido. Pidió un café americano sin azúcar, y rápidamente echó un vistazo a su alrededor. Le parecía como si toda esa gente fuese testigo silencioso de su historia, como si supieran de aquellos tiempos en los que la tenía para él, de las tardes que compartieron y las noches y los amaneceres en los que sentía su respiración antes de abrir los ojos y sonreír al saber que no era un sueño, que ella estaba ahí, con él y él estaba ahí, para ella. Siguió fumando lentamente, viviendo de los recuerdos en silencio, esperando.

Miró el reloj plateado con carátula blanca y números negros que usaba en la muñeca izquierda y que muy rara vez se quitaba, ese reloj plateado que había sido un último regalo...

“El tiempo no tiene piedad”, había dicho él con su acostumbrado fatalismo al abrir la caja. “El tiempo no lo es todo”, había respondido ella con ese aire misterioso y juguetón al enseñarle la inscripción al reverso del reloj. Una frase corta grabada con letra sencilla que parecía contener toda la sabiduría del cosmos. Tan sólo recordar esa frase lo hacía sentirse seguro de su lugar en el mundo, como si un hilo invisible conectase su alma con aquella otra alma que conocía tan bien.

"El tiempo no lo es todo" se repitió a sí mismo mientras trataba de borrar por un momento la imagen de aquella otra alma de su mente, echando un último vistazo a su alrededor. Le dio una última bocanada al cigarro y acto seguido el último sorbo al café y cuando volteó a ver la mesa para dejar la taza, sucedió. Le pareció ver pasar aquella silueta que conocía perfectamente y doblar la esquina, aunque no estaba totalmente seguro. Soltó un billete y sin pensarlo echó a andar en esa dirección aunque sus pasos eran inseguros, como si temiera que su imaginación le estuviera jugando una broma.

Aún cuando estuvo justo detrás de esa figura que caminaba con tranquilidad, su mente le gritaba que podía estar equivocado mientras el corazón se aceleraba como si quisiera alcanzarla. La melena un poco despeinada, los pasos cortos y firmes, las marcadas caderas... tenía que ser ella.

Trató de hablar pero la voz salió muda. Apresuró un poco su caminar y estiró la mano, tomando esa otra mano que se balanceaba suelta, como esperando asirse a algo.

Aún sin verle el rostro y solo por aquella sensación tan añorada que le provocó aquella piel supo que era ella. Aquella mujer dejó de caminar, se quedó inmóvil. También en ese instante supo que se trataba de él y un torrente de sangre golpeó su cabeza y aceleró al máximo su corazón. ¿Acaso todo aquello era real?

Permanecieron así, inmóviles algunos segundos, segundos que parecieron años. Ella rompió el silencio con una sonrisa que a él le pareció explosiva. Era una sonrisa que gritaba y cantaba al mismo tiempo, como una parvada de pájaros alistándose para dormir, como una nueva melodía que ya se sabía de memoria. Él se descubrió sonriendo también y sosteniendo su mano fuertemente.

Aun así, ninguno dijo palabra alguna que no hubieran dicho ya sus miradas. Y hubiera sido inútil cualquiera de ellas, porque en esos segundos que parecieron años, aquellos ásperos y difíciles momentos que habían vivido quedaron instantáneamente enterrados en el olvido.

Para ellos, no era necesario hablar de perdones u olvidos, de dolores o resentimientos que hace mucho tiempo habían dejado atrás. En esos momentos eternos, lo único indispensable para ellos era mirarse en silencio, porque cuando en dos corazones hay amor, lo que sobra son las palabras…

Cadáver exquisito o relato a dos plumas por P.St. y Jacka [Killer Queen]